La Naturaleza se abre camino «Extremadura, Naturaleza Urbana»
Siempre es una gran oportunidad y experiencia el poder compartir nuestras experiencias con otras personas, más aún si hay intereses y pasiones comunes.
Este artículo ha sido incluido en el libro “Extremadura, Naturaleza Urbana”, presentado el pasado sábado 24 de Noviembre en el VIII Encuentro de Bloggers de Extremadura, celebrado en la Fundación Xavier de Salas (Trujillo) y promovido por el area de Turismo del Gobierno de Extremadura. Una increible jornada donde tuvimos oportunidad de compartir experiencias y aprender sobre Extremadura, su patrimonio y su increible naturaleza. Os dejamos con el artículo completo.
LA NATURALEZA SE ABRE CAMINO

La vida se abre camino… Es una frase de cine que supongo habréis escuchado infinidad de veces y que ronda mi cabeza en muchas de mis visitas al patrimonio en ruinas.
La naturaleza se abre camino, no hay duda y posee una fuerza inmensa, a veces inabarcable, pero que el ser humano ha sido capaz de controlar en gran medida.

Sin embargo una simple semilla puede ser también germen de destrucción. He visto muros ceder por las raíces de una higuera, he visto hiedra trepar por muros decorados por frescos hasta hacer desaparecer sus pigmentos por completo, he visto la fuerza destructora del aire y la lluvia desplomando iglesias hasta los cimientos. Y sin embargo sigo pensando que se podría haber encauzado a la naturaleza para que no fuese destructora, sino un elemento más del arte. No hay una imagen más potente que ver a la naturaleza fundida con un edificio. Y con ayuda de la mano humana, tal cosa es posible.
Hay lugares en Extremadura que han sido totalmente olvidados. A mi me gusta recorrerlos, quizá por que allí tengo la total seguridad de que la naturaleza siempre permanecerá cuando nuestra mano moldeadora haya desaparecido.

Hay uno de esos lugares que cortan el aliento, al que los vecinos llaman el “Templaero”, aunque su nombre es la ermita de la Magdalena. La ermita se ubica en el embalse de Orellana, cercana a las localidades de Casas de Don Pedro, Talarrubias y la Puebla de Alcocer, en un cerro rodeado en la actualidad por las aguas del pantano, y al que sólo es posible acceder cuando éste tiene poca agua.

El agua alcanza sus muros en determinadas épocas y aunque la vegetación parece darle una tregua, las aves han hecho de sus columnas y techumbres su propio hogar. No hay intervención humana y por un momento eso nos otorga una enorme satisfacción. Pero también sabemos que sin nuestra protección, la vida del Templaero no será demasiado larga.
Otros ejemplos similares podemos encontrarlos en el Convento de San Isidro de Loriana, situado en La Roca de la Sierra, donde la vegetación brota sin medida del pozo central de su claustro. O del Convento de la Luz de Moncarche en Alconchel, donde la naturaleza ha entrado en perfecta simbiosis con los maltratados restos de un edificio que en otros tiempos estaba lleno de vida.
SIn embargo allí no hay ruido de máquinas, sólo de los animales que habitan el paraje.

El convento Agustino de San Joaquín, en Santa Cruz de la Sierra también está paulatinamente siendo fagocitado por las higueras, que se han hecho fuertes cerca de la cúpula de su iglesia y parece que van a seguir habitando allí arriba por mucho tiempo.
Sin duda es sólo una reflexión, aunque creo que muy necesaria.
Nosotros y nosotras hemos construido maravillas y hemos decidido abandonarlas, pero la vida se abre camino, así que la naturaleza se encarga de envolver lo que nosotros hemos olvidado por completo.

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